TRABAJO INFANTIL
Luchar contra el trabajo infantil : sí, pero...
A menudo esperamos de quien habla sobre el trabajo infantil que lo condene automáticamente. Sin embargo, el trabajo infantil hace referencia a una variedad infinita de situaciones particulares que se inscriben en contextos específicos de cada sociedad y cada comunidad.
par Aurélie Leroy
(6 mars 2012)
Hablar del trabajo infantil no es un asunto fácil. No se trata de una ocupación homogénea. Se manifiesta, pues, de muchas maneras. Puede ser obligatorio o voluntario, realizado dentro de la familia o para un tercero, remunerado o no, visible o oculto, de dedicación parcial o plena. El niño puede estar escolarizado o no, puede estar aislado o viviendo con su familia, puede trabajar por cuenta propia o para un patrón, puede estar sometido a abusos o ser bien tratado.
Por lo tanto, cuando decimos estar « en contra » del trabajo infantil, ¿qué significa ? ¿Se trata de la prohibición pura y dura de todas las formas de trabajo infantil o sólo de las consideradas como “inaceptables” ? En este último caso, se concluiría que existen “buenas” y “malas” formas de trabajo. Pero entonces, ¿dónde poner el límite ? Nos damos cuenta de que, cuando profundizamos en este fenómeno, el consenso que existe en torno a la oposición a priori al trabajo infantil desaparece rápidamente.
Esta pequeña retrospectiva en la historia permite recordar que las concepciones de la infancia y del trabajo están contextualizadas en el tiempo y en el espacio. Hoy, en nuestras sociedades occidentales, la infancia es percibida como un periodo de alto riesgo que necesita la protección de los adultos. Es considerada como un periodo de despreocupación, de aprendizaje y de falta de obligaciones. Como consecuencia, el trabajo infantil está considerado como una plaga y el niño trabajador como una victima. La escuela y la familia representan los únicos lugares de socialización gratificantes y edificantes.
Este ideal tipo responde a las normas culturales de Occidente. A pesar de su carácter muy “relativo”, esta construcción social tiende a imponerse desde hace varias décadas como una referencia de carácter universal, lo que no está carente de problemas. En efecto, esta opinión dominante, promulgada por las convenciones internacionales y los códigos nacionales de trabajo, es percibida por algunos actores como un “producto importado”. La tecnicidad, la lengua, el espíritu de los textos, crean un desajuste abismal entre las legislaciones y la realidad de los individuos. Aunque los tratados estén firmados por la mayoría de las naciones, o en todo caso por sus altos representantes, no suscitan la unanimidad.
Para continuar, las principales convenciones relativas al trabajo infantil1, a pesar de los irrefutables progresos que han provocado, adolecen sin embargo de una falta de eficacia. Las normas internacionales, aunque apremiantes, a menudo siguen sin aplicarse : sin voluntad política, sin presupuesto, sin inspección del trabajo. Además, por su falta de adecuación a la realidad y por razones operativas, excluyen a una mayoría de niños trabajadores del campo de aplicación de las legislaciones.
Para seguir siendo “funcional y eficaz”, el principal organismo en materia de lucha contra el trabajo infantil -la Organización Internacional del Trabajo (OIT)- ha redactado una serie de criterios, como la edad o la peligrosidad del trabajo, para identificar los niños trabajadores que debían estar protegidos. La OIT también ha considerado que para “ajustarse a los criterios” el niño debía realizar una “actividad económica”. La legitimidad de este criterio despierta dudas. En los hechos, obliga a pasar por alto a una masa innumerable de niños que realizan tareas domésticas dentro de la familia, o que son activos en la empresa o en la agricultura familiares. ¿Se supone que la esfera familiar protege a los niños de los efectos nefastos del trabajo ? Nos gustaría creerlo, pero desgraciadamente la explotación intrafamiliar no es una excepción.
No obstante, desde entonces, los diferentes actores han tomado consciencia e intentan reducir la diferencia entre la realidad supuesta y la realidad existente. Así, la OIT intenta ensanchar su campo de competencia a la economía informal, reaccionar a la imposición del trabajo infantil en la agricultura e impulsar nuevos indicadores para intentar tasar el impacto del trabajo infantil dentro de las familias.
Los motivos económicos son determinantes en el trabajo precoz de los niños. Las realidades locales -ingresos insuficientes en una familia- o más globales -la pobreza de algunas naciones- forman parte de los principales factores que incitan los niños a trabajar y son vinculables con las lógicas políticas y económicas de los modelos de desarrollo y de las relaciones no igualitarias Norte-Sur.
El clima de recesión y la crisis económica que golpean el mundo actualmente tienen una incidencia directa sobre el aumento de los niveles de pobreza y, por consiguiente, sobre el trabajo infantil -en particular en los países de bajos ingresos. También inciden sobre el fenómeno otros factores relativos a las transformaciones y reconfiguraciones de las “sociedades del Sur” (desplazamientos migratorios ligados a la inestabilidad política, debilitamiento de los vínculos sociales y desestructuración de las familias, etc.).
Sin embargo, en este contexto y a pesar de las obligaciones externas, el trabajo infantil también puede darse por iniciativa del niño mismo. La esperanza de una vida mejor, la participación o la autonomía financiera, así como la autoestima, son elementos que pueden atraer el niño hacia el mundo del trabajo, incluso si no se trata de una “primera elección”.
Por ello, para que las políticas de intervención produzcan un verdadero impacto, es necesario enfrentarse a las causas estructurales que “producen” el trabajo infantil, pero al mismo tiempo tomar en cuenta la palabra, las estrategias y las elecciones racionales y razonados de los jóvenes. Sin ello, cualquier intento de mejorar sus condiciones de existencia corre peligro de resultar inadecuado y en vano.
Por lo tanto, cuando decimos estar « en contra » del trabajo infantil, ¿qué significa ? ¿Se trata de la prohibición pura y dura de todas las formas de trabajo infantil o sólo de las consideradas como “inaceptables” ? En este último caso, se concluiría que existen “buenas” y “malas” formas de trabajo. Pero entonces, ¿dónde poner el límite ? Nos damos cuenta de que, cuando profundizamos en este fenómeno, el consenso que existe en torno a la oposición a priori al trabajo infantil desaparece rápidamente.
Un concepto made in Europe
Si observamos la historia contemporánea de los países industrializados, la condena sistemática del trabajo infantil comienza a suscitar dudas. El concepto de trabajo infantil es un concepto made in Europe. Durante la revolución industrial el niño era un actor clave en el ámbito productivo, dotado de un valor económico. Muchas familias temían más la penuria que el exceso de trabajo para el niño. Solo después el movimiento en favor de la educación obligatoria contribuyó a rechazar el fenómeno en los países industrializados.Esta pequeña retrospectiva en la historia permite recordar que las concepciones de la infancia y del trabajo están contextualizadas en el tiempo y en el espacio. Hoy, en nuestras sociedades occidentales, la infancia es percibida como un periodo de alto riesgo que necesita la protección de los adultos. Es considerada como un periodo de despreocupación, de aprendizaje y de falta de obligaciones. Como consecuencia, el trabajo infantil está considerado como una plaga y el niño trabajador como una victima. La escuela y la familia representan los únicos lugares de socialización gratificantes y edificantes.
Este ideal tipo responde a las normas culturales de Occidente. A pesar de su carácter muy “relativo”, esta construcción social tiende a imponerse desde hace varias décadas como una referencia de carácter universal, lo que no está carente de problemas. En efecto, esta opinión dominante, promulgada por las convenciones internacionales y los códigos nacionales de trabajo, es percibida por algunos actores como un “producto importado”. La tecnicidad, la lengua, el espíritu de los textos, crean un desajuste abismal entre las legislaciones y la realidad de los individuos. Aunque los tratados estén firmados por la mayoría de las naciones, o en todo caso por sus altos representantes, no suscitan la unanimidad.
Los límites de las convenciones
Para comenzar, se plantea la cuestión de la pertinencia dada a estas convenciones. Aspirar a tener una visión global de la infancia y dar recetas ¿no es poco razonable si tenemos en cuenta la complejidad del fenómeno y los contextos en los cuales se inscribe ? La prohibición sistemática del trabajo infantil ¿es una solución adecuada ? ¿Contribuye al “interés superior” del niño como está preconizado por la Convención sobre los Derechos del Niño ? En efecto, si algunas formas de trabajo violan los derechos del niño, otras no. Y en la mayoría de los casos -lo que complica, evidentemente, la elaboración de soluciones- el trabajo infantil conlleva a su vez aspectos positivos y negativos y puede, entonces “ser dañino y beneficioso para el desarrollo y el bienestar del niño”. ¿Qué hacer entonces ? Un enfoque detallado que aporte respuestas diversas a los niños y las formas de trabajo diferentes ¿no podría ser una alternativa creíble ?Para continuar, las principales convenciones relativas al trabajo infantil1, a pesar de los irrefutables progresos que han provocado, adolecen sin embargo de una falta de eficacia. Las normas internacionales, aunque apremiantes, a menudo siguen sin aplicarse : sin voluntad política, sin presupuesto, sin inspección del trabajo. Además, por su falta de adecuación a la realidad y por razones operativas, excluyen a una mayoría de niños trabajadores del campo de aplicación de las legislaciones.
Los “excluidos” de la lucha contra el trabajo infantil
A día de hoy, el mundo contaría con 215 millones de niños trabajadores. Esta estimación está en realidad subestimada debido a la falta de precisión que rodea la expresión “trabajo infantil”. Hasta hace poco dominaba una concepción industrial y urbana del trabajo infantil, contribuyendo a minimizarlo y a malentenderlo, en particular en el dominio agrícola -a pesar de que aproximadamente el 70% de los niños trabajaba en este sector-. A esto se añadía la falsa idea, ya desmentida, según la cual el trabajo familiar en este sector no podía ser nefasto para los niños.Para seguir siendo “funcional y eficaz”, el principal organismo en materia de lucha contra el trabajo infantil -la Organización Internacional del Trabajo (OIT)- ha redactado una serie de criterios, como la edad o la peligrosidad del trabajo, para identificar los niños trabajadores que debían estar protegidos. La OIT también ha considerado que para “ajustarse a los criterios” el niño debía realizar una “actividad económica”. La legitimidad de este criterio despierta dudas. En los hechos, obliga a pasar por alto a una masa innumerable de niños que realizan tareas domésticas dentro de la familia, o que son activos en la empresa o en la agricultura familiares. ¿Se supone que la esfera familiar protege a los niños de los efectos nefastos del trabajo ? Nos gustaría creerlo, pero desgraciadamente la explotación intrafamiliar no es una excepción.
No obstante, desde entonces, los diferentes actores han tomado consciencia e intentan reducir la diferencia entre la realidad supuesta y la realidad existente. Así, la OIT intenta ensanchar su campo de competencia a la economía informal, reaccionar a la imposición del trabajo infantil en la agricultura e impulsar nuevos indicadores para intentar tasar el impacto del trabajo infantil dentro de las familias.
¿Cuáles son las soluciones ?
El trabajo infantil no es un fenómeno aislado. No se trata de un nicho de explotación bien delimitado que pueda eliminarse rápidamente con los avances en materia de desarrollo. Forma parte de un “todo” que es difícil de descifrar, tanto por las dimensiones de que se compone, como por las estrategias presentes y las dinámicas que le afectan, que son múltiples y a veces contradictorias.Los motivos económicos son determinantes en el trabajo precoz de los niños. Las realidades locales -ingresos insuficientes en una familia- o más globales -la pobreza de algunas naciones- forman parte de los principales factores que incitan los niños a trabajar y son vinculables con las lógicas políticas y económicas de los modelos de desarrollo y de las relaciones no igualitarias Norte-Sur.
El clima de recesión y la crisis económica que golpean el mundo actualmente tienen una incidencia directa sobre el aumento de los niveles de pobreza y, por consiguiente, sobre el trabajo infantil -en particular en los países de bajos ingresos. También inciden sobre el fenómeno otros factores relativos a las transformaciones y reconfiguraciones de las “sociedades del Sur” (desplazamientos migratorios ligados a la inestabilidad política, debilitamiento de los vínculos sociales y desestructuración de las familias, etc.).
Sin embargo, en este contexto y a pesar de las obligaciones externas, el trabajo infantil también puede darse por iniciativa del niño mismo. La esperanza de una vida mejor, la participación o la autonomía financiera, así como la autoestima, son elementos que pueden atraer el niño hacia el mundo del trabajo, incluso si no se trata de una “primera elección”.
Por ello, para que las políticas de intervención produzcan un verdadero impacto, es necesario enfrentarse a las causas estructurales que “producen” el trabajo infantil, pero al mismo tiempo tomar en cuenta la palabra, las estrategias y las elecciones racionales y razonados de los jóvenes. Sin ello, cualquier intento de mejorar sus condiciones de existencia corre peligro de resultar inadecuado y en vano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario